Diez.










Diez y quiero seguir besándote.
Diez y no puedo dejar de mirarte.
Diez y quiero seguir abrazándote. 
Diez y no puedo dejar de amarte.

Diez y quiero otros diez...






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Mis siete Yo.

En la hora más tranquila de la noche, mientras estaba yo acostada y casi durmiendo, mis siete Yo se sentaron en rueda a conversar en susurros, en estos términos:

Primer Yo: - He vivido aquí, en esta chiflada, todos estos años, y no he hecho otra cosa que renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar más mi destino y me perturbo.

Segundo Yo: - Pues, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el yo alegre de esta chiflada. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con pies torpes danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien protesta contra tan fatigante existencia.

Tercer Yo: - ¿Y de mi, qué dicen, el Yo acelerado por el amor, que se enamora y sufre una y otra vez,  al cual corazón llameante de salvaje pasión y fantásticos deseos, rompen día con día?   Soy el Yo enfermo de amor el que debe revelarse contra esta enloquecida chica.

Cuarto Yo: - El más miserable de todos nosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte ser el escuchar y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las negras cuevas del infierno, entre cadenas de miedos y manías, soy el que tiene más derecho a protestar por servir a esta chiflada.

Quinto Yo: - No; soy yo, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre de hambre y sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de lo increado… soy yo, y no ustedes, quien tiene más derecho a perturbar a esta apasionada y profunda mujer.

Sexto Yo: - Y yo, el yo que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y ansiosas, va dando a los elementos sin forma contornos nuevos y eternos… adentrándome a su ermitaña alma y su honda mirada va modelando los días en imágenes, en fotografías. Soy yo, el solitario, el que más motivos tiene para rebelarse contra esta inquieta y pobre chiflada.

Séptimo Yo: - ¡Qué extraño que todos se perturben contra esta mujer por tener a cada uno de nosotros una misión establecida de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de ustedes, un yo con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un propósito fijo; soy el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacio espacio que no es espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras ustedes van recreándose en la vida. Díganme, ustedes, ¿quién debe protestar: ustedes o yo?

Al terminar de hablar el Séptimo Yo, los otros seis lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al hacerse la noche más profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz filosofía. Sólo que el Séptimo Yo permaneció despierto, mirando y observando la Nada que está detrás de todas las cosas. 


- El astrónomo.

A la sombra de un árbol, mi prima y yo vimos un ciego, sentado allí solitario. 
- Mira - dijo mi prima - : ése es el hombre más sabio de nuestra tierra.
Me separé de mi prima y me acerqué al ciego.
Lo saludé. Y conversamos.
Poco después, le dije:

- Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego?
- Desde que nací - fue su respuesta.
- ¿Y qué sendero de sabiduría sigues? - le dije entonces.
- Soy astrónomo - me contestó el ciego.
Luego, se llevó la mano al corazón, y dijo:

- Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.